martes, septiembre 26, 2006

Play

El deseo de escuchar, de sentir las letras cerca de uno. El deseo de descubrir lo que otro ya dijo y soñó. Rompo el plástico inútil, busco el reflejo de mi emoción en el redondo metal.
Algo tan insulso, tan carente de forma, de sustancia. Algo tan aparentemente muerto y con tanto dentro.
Uno.
Elijo primero el Uno, dejaré el Dos para luego, acrecentando así mi ilusión, mi pequeño orgasmo mental que espero vaya llegando. Uno, veamos.
Play.
Y cierro los ojos. Y me voy. Me evado, me alejo y viajo por los caminos que ya recorrieron, busco en sus orillas, encuentro, paso de largo a veces, ya volveré. Y entre letras y músicas vuelo. Me lanzo al tiempo, y entre bosques de ideas deambulo.
Dos.
Vuelvo, salgo, retorno una y otra vez, entre la niebla que emana de los altavoces dejo pasar mi tiempo.
Y recogiendo los frutos alados siento que se puede ser más ser.

Play
Y El Tiempo Va Dando Las Campanadas.

jueves, septiembre 21, 2006

Las Leyendas De Los Que Fueron Olvidados (1)

En aquellos tiempos los dioses vagaban y reposaban por el mundo. Al principio habitaron juntos, pero sus mentes inquietas, su necesidad de aprender y descubrir cosas nuevas, esa cualidad que les había hecho dioses, también les había llevado a una vida errática. Pudiera haberse dicho que eran más fuertes, más bellos, más humanos que el resto de los mortales, pero no era así. Realmente no había diferencias, salvo que, si la muerte así lo permitía, vivían por muchos más años, quizás por su alimentación, austera, eran sabios herbolarios que conocían cada planta, cada brote, quizás por la propia inquietud de saber, que les impedía envejecer, no tenían tiempo para ello, a excepción de Bammbaldod, que envejeció por su necesidad de sentir la decrepitud del cuerpo y la mente, muriendo feliz, riéndole a una lluvia que le inundaba la boca.
Nacieron como pueblo ignorantes de su deidad, y como tales pasaron siglos moviéndose poco, muy poco al principio, hasta que algo les hizo cambiar, de forma tan lenta que pasaron generaciones siendo simples mortales. El primer dios posiblemente fuera Calabduu, quien, aunque nunca lo recordaría, pasada la pubertad, miró un día al astro nocturno y le entregó su pensamiento. Como sabemos, nunca más durmió, quizás algunos días, en cuevas recónditas, bajo frondosos árboles, mientras sigue aun a su ser, que corre delante de su sombra de luna llena.
Y cuando las nubes oscurecen su vista trepa a los árboles mas altos. Mira por encima de los bosques, de las nieblas difusas, mira su brillo entre los jirones del viento. Las noches del monzón desde lo alto ve el cielo encapotado y sus ojos se secan como el corazón herido. Canta, desde dentro, todo su cuerpo de dios vibra y resuena, y el árbol al que se agarra llora sabia y dolor, caen sus hojas en bailes de tristeza y muerte. Algunas noches su canto es tan fuerte que lo escuchan las grandes aves de las montañas Azules. Hace ya mucho tiempo Candarrhu torció sus alas buscando ese canto que perturbaba su descanso. Al posarse en el gran árbol vio agarrado al tronco a un pequeño ser con ojos llenos de luna y canto de amor agónico. Y le supo dios. Aun así el sonido le llegaba a irritar.
-¿Por qué no callas si la luna ha de volver con los cielos abiertos? ¿Tanto temes, tú que eres dios, la oscuridad eterna, que te impide vivir y nos perturbas a los demás?
Calabduu miraba al ave que le acusaba, silencioso ahora. Pensaba, buscando entender.
-No lo se, una noche subí a una alta colina, y fui con ella, dejé de saber, no se más, no desde que ame y fui amado por la luna. Desde entonces no soy otra cosa que su sombra, su luz, su vida. Y siento la muerte sin ella.
-Necio. Para ser un dios, aun pequeño, eres un necio. Podría alzarte en mis garras y volar sobre las nubes para que callaras, pero no te serviría de nada. Cuando no vuelo me asomo al vacío y me dejo acariciar por el aire tenue, sintiendo lo que se es, lo que se quiere ser, lo que se puede ser. No me dejo arrastrar por la desesperación, por la nada, porque al final ya no podría ni volar.
-Entonces, ¿qué he de hacer, a qué viento me he de asomar?
-Tú sabrás, pequeño diosecillo. Tú sabrás.
Baja del árbol, callado, y mirando las hojas muertas siente que comprende algo, aunque no puede definirlo, no puede centrarlo. Camina por bosques y estepas, mirando alrededor, mirando la tierra. Busca en el reflejo al fondo de un lago, en los ojos de una vaca sagrada que pasta en el valle, en la cúpula plateada del palacio del sultán de Bergamir. Busca pero sigue sin encontrar ni comprender.
Una noche, al final del monzón, se acerca a una pequeña aldea donde le dan de cenar. Y mientras acaba la sopa ve en el fondo de la escudilla el reflejo de la nueva luna que nace. Sonríe, y refrenando su impulso de saltar a la luz, sigue cenando, juega con los niños, habla, mientras se dice necio, que necio eres. Y continua la vida, crece su amor por la luna que va y vuelve.
Dicen que al menos una vez cada generación se le ve festejar su amor en esa colina donde se hizo dios, danzando y cantando en brazos de la lejana amante.

Dioses que fueron olvidados, dioses que sin ser muy conscientes de ello fueron convirtiéndose, conviviendo al principio juntos, disfrutando de si mismos, para luego perderse por ese mundo buscado.

martes, septiembre 19, 2006

Acariciando


Mirando arriba, el cuello dolorido, asomado a ese vacio que espera. Buscando e intuyendo caminos y atajos, deseando un ójala estén, un habrá algo o sólo lo parecerá.
Acariciando la rugosa superficie, sintiendo el calor, el frio, el palpitar de la piedra en los dedos doloridos.
Una mano que quiere abrirse, sudores traidores, la sólida roca que no lo es.
El miedo que se apodera y permanece. Te hace parar, te hacer retroceder, puede contigo, a veces, otras se vence, algo, se sigue.
Caer, volar al vacio evitado, chocas contra la pared, mirando, torciendo el gesto, acariciando de nuevo.
Subiendo, sufriendo, temblando, tranquilo, disfrutando.

Disfrutando, acariciando.

miércoles, septiembre 06, 2006

El eclipse que oscureció el color de tu recuerdo

El cielo se levantó turbio esta mañana.
Cientos de flores blancas giran en sucios remolinos,
manchadas de polvorientos colores que las hacen negras y temibles.
En el telediario anuncian que mañana se calmará.
Golpeada la ventana, corro a asomarme
para verte, trece pisos mas abajo, tu pelo agitado, abandonando.
Viniste, de nuevo.
Y al sentir tu voz, al sentir tu clamor, miraba hacia otro lado, pensando en nada.
Nunca quise pensar en nada, hasta que descubrí que solo pensaba en ti.
Miro tu marcha, ruge mi mente por las escaleras. Mañana se calmará,
pero qué me importa mañana.
En la acera, ya no estás.
Oscurece y miro la luna para buscar tu reflejo.
Busco, y solo encuentro un eclipse lunar más.
El eclipse que perfumó tus cabellos.
Cualquier amanecer pienso en que estás a mi lado.
Deseo.
Sueños que quiero vivir e invento. Sueño tu saludo y tu beso.
Y según marca el despertador llega otro días más.
Sabanas húmedas de lágrimas y semen.
Me ducho para borrar tu recuerdo,
el café para llenar tu vacío,
el trabajo para esta vida absurda.
En una película francesa rozo tu mano, no calmo mi necesidad de ti.
Al encender las luces, al despedirnos de nuevo, no aparecen títulos de crédito,
No hay final feliz.
Harto de sufrir me abandono y te digo adiós, a lo que más quiero.
No quiero verte, y miro al sol del mediodía para ser ciego, por fin.
Y un eclipse solar me deja tirado,
El eclipse que humedeció tus ojos.
Parece ser que abandonado el barco,
Huidas las ratas, éste no quiso hundirse.
Mirando el mar de mi nueva vida, vi acercarse las velas, blancas.
Los remolinos las cubrían de flores manchadas.
No puede ser, No otra vez más.
No se deja de querer lo que se quiso, por eso se odia, para evitar querer.
A mediodía anunciaron buen tiempo, en otro telediario equivocado.
La calma de tus velas anuncia tormenta.
Qué más da morir si es morir por vivir.
A la tempestad volvemos, busco tu estela, y desde mi ventana te miro marchar.
Cansada de esperar, cansados de ir y venir.
Hartos de querer y no poder.
Nos despedimos de nuevo.
Salgo, corro y miro al mar. Desde el acantilado,
antes de saltar,
río y grito, por fin. Y miro la luz del mar, buscando terminar.
Una sombra se cruza, me eclipsa la mar. Una sonrisa me dice que quizás haya algo más.
De espaldas al mar, sigo al viento arremolinándose, flores que se esconden de las sombras.
El eclipse que oscureció el color de tu recuerdo.