jueves, octubre 02, 2008

El sueño de Hakim Ibi Eissaledha.


Aun noche cerrada. En el minarete del este comienza el cántico, maltrecho por un viejo altavoz. Mientras se arrodillan ensimismadas las engalanadas torres, se hablan, se escuchan, se miran y callan, dejando volver de nuevo la noche al reino de los gatos.

La tierra circundante, oscura, yerma, torna rojo vivo, salta la chispa de esta rara luz de roca en roca, se agita, se viste de colores. Ocres laderas, verdes valles escondidos, negras paredes pétreas, desde amarillas arenas y calidos azules llegan voces y ruidos. Corre el agua entre secas ciudades de adobe. Gentes de mil tonos que se miran y sonríen, marchando al alba a su pobre jornal, mujeres que sufren su condición en su eterna sombra diurna.

El turista mira desde la terraza de la cafetería, verde vaso en la mesa, el pasar de las gentes, mulas, bicis, carros, coches, restos y basuras. Mientras disfruta del para él ininteligible recitar místico de la canción, observa como el niño escruta los dulces aceitosos de la panadería, como duda, y sigue su camino a la escuela. En el último momento sus miradas se cruzan, y se van. El turista termina su té, paga y marcha a sus mapas, sus guías, sus intentos de entender, su silencioso rechazo.

Hakim corre en su segundo día de escuela. Un cuaderno maltrecho, un bolígrafo regalado, y ganas de ver a los amigos del pequeño barrio. Rugen sus tripas al ver los deliciosos dulces, pero hoy no puede ser. Alejándose observa al turista. Le olvida, mientras sueña.

Algún día iré a Europa, algún día seré rico, como tú.


23 de septiembre de 2005