jueves, septiembre 21, 2006

Las Leyendas De Los Que Fueron Olvidados (1)

En aquellos tiempos los dioses vagaban y reposaban por el mundo. Al principio habitaron juntos, pero sus mentes inquietas, su necesidad de aprender y descubrir cosas nuevas, esa cualidad que les había hecho dioses, también les había llevado a una vida errática. Pudiera haberse dicho que eran más fuertes, más bellos, más humanos que el resto de los mortales, pero no era así. Realmente no había diferencias, salvo que, si la muerte así lo permitía, vivían por muchos más años, quizás por su alimentación, austera, eran sabios herbolarios que conocían cada planta, cada brote, quizás por la propia inquietud de saber, que les impedía envejecer, no tenían tiempo para ello, a excepción de Bammbaldod, que envejeció por su necesidad de sentir la decrepitud del cuerpo y la mente, muriendo feliz, riéndole a una lluvia que le inundaba la boca.
Nacieron como pueblo ignorantes de su deidad, y como tales pasaron siglos moviéndose poco, muy poco al principio, hasta que algo les hizo cambiar, de forma tan lenta que pasaron generaciones siendo simples mortales. El primer dios posiblemente fuera Calabduu, quien, aunque nunca lo recordaría, pasada la pubertad, miró un día al astro nocturno y le entregó su pensamiento. Como sabemos, nunca más durmió, quizás algunos días, en cuevas recónditas, bajo frondosos árboles, mientras sigue aun a su ser, que corre delante de su sombra de luna llena.
Y cuando las nubes oscurecen su vista trepa a los árboles mas altos. Mira por encima de los bosques, de las nieblas difusas, mira su brillo entre los jirones del viento. Las noches del monzón desde lo alto ve el cielo encapotado y sus ojos se secan como el corazón herido. Canta, desde dentro, todo su cuerpo de dios vibra y resuena, y el árbol al que se agarra llora sabia y dolor, caen sus hojas en bailes de tristeza y muerte. Algunas noches su canto es tan fuerte que lo escuchan las grandes aves de las montañas Azules. Hace ya mucho tiempo Candarrhu torció sus alas buscando ese canto que perturbaba su descanso. Al posarse en el gran árbol vio agarrado al tronco a un pequeño ser con ojos llenos de luna y canto de amor agónico. Y le supo dios. Aun así el sonido le llegaba a irritar.
-¿Por qué no callas si la luna ha de volver con los cielos abiertos? ¿Tanto temes, tú que eres dios, la oscuridad eterna, que te impide vivir y nos perturbas a los demás?
Calabduu miraba al ave que le acusaba, silencioso ahora. Pensaba, buscando entender.
-No lo se, una noche subí a una alta colina, y fui con ella, dejé de saber, no se más, no desde que ame y fui amado por la luna. Desde entonces no soy otra cosa que su sombra, su luz, su vida. Y siento la muerte sin ella.
-Necio. Para ser un dios, aun pequeño, eres un necio. Podría alzarte en mis garras y volar sobre las nubes para que callaras, pero no te serviría de nada. Cuando no vuelo me asomo al vacío y me dejo acariciar por el aire tenue, sintiendo lo que se es, lo que se quiere ser, lo que se puede ser. No me dejo arrastrar por la desesperación, por la nada, porque al final ya no podría ni volar.
-Entonces, ¿qué he de hacer, a qué viento me he de asomar?
-Tú sabrás, pequeño diosecillo. Tú sabrás.
Baja del árbol, callado, y mirando las hojas muertas siente que comprende algo, aunque no puede definirlo, no puede centrarlo. Camina por bosques y estepas, mirando alrededor, mirando la tierra. Busca en el reflejo al fondo de un lago, en los ojos de una vaca sagrada que pasta en el valle, en la cúpula plateada del palacio del sultán de Bergamir. Busca pero sigue sin encontrar ni comprender.
Una noche, al final del monzón, se acerca a una pequeña aldea donde le dan de cenar. Y mientras acaba la sopa ve en el fondo de la escudilla el reflejo de la nueva luna que nace. Sonríe, y refrenando su impulso de saltar a la luz, sigue cenando, juega con los niños, habla, mientras se dice necio, que necio eres. Y continua la vida, crece su amor por la luna que va y vuelve.
Dicen que al menos una vez cada generación se le ve festejar su amor en esa colina donde se hizo dios, danzando y cantando en brazos de la lejana amante.

Dioses que fueron olvidados, dioses que sin ser muy conscientes de ello fueron convirtiéndose, conviviendo al principio juntos, disfrutando de si mismos, para luego perderse por ese mundo buscado.